La parroquia del
Cristo del Mercado está entre las recientes de
Segovia, pues no se creó hasta 1971, en que se
desgajó de la parroquia de Sto. Tomás. Desde la
llegada del tren a Segovia en 1884, la ciudad
comenzó a extenderse en esta dirección, hasta que la
abundante población motivó la creación de esta
parroquia erigida por el Obispo D. Antonio
Palenzuela. Los límites con las parroquias de Sto.
Tomás, Sta. Eulalia y San José se marcaron
establecieron de la siguiente manera:
-
Los números
impares de la calle Lastras
-
Conde
Sepúlveda, desde la Calle Lastras y la
C/Teniente Coronel Fernández de Castro, hacia el
Sur.
-
José
Zorrilla, desde la C/ Teniente Coronel Fernández
de Castro, hacia el Sur.
-
Números pares
de la Avda. de la Constitución, desde la
C/Teniente Coronel Fernández de Castro, hacia el
Sur.
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Al principio el templo
parroquial fue la ermita, cuyo espacio era insuficiente para una
población joven y numerosa. Los primeros cuatro años fueron de
búsqueda de ese espacio, llegándose a plantear una posible
ampliación de la ermita, que gracias a Dios no llegó a
realizarse. Fue en 1975 cuando el IRIDA, antigua concentración
parcelaria, abandonó los locales que compró la parroquia y donde
actualmente se encuentra el templo parroquial (el patio cubierto
de la comunidad de vecinos), y los locales.
Ya más de 45 años
anunciando el evangelio y caminando como comunidad cristiana.
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Si decimos que la ermita del
Cristo de la Cruz es la construcción más antigua del barrio
segoviano del Mercado afirmamos algo cierto, pero más cierto aún
es afirmar que la ermita del Cristo -principal seña de identidad
del barrio- es un venerable edificio de casi seis siglos de
antigüedad ya que en 2011 celebrará el 6º centenario de su
fundación.
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Según refiere el historiador
Colmenares, su origen hay que situarle en el compromiso
adquirido por los segovianos de levantar un templo dedicado a la
Santa Cruz, tras la predicación que hiciera, el 3 de mayo de
1411, San Vicente Ferrer quien llegaba a nuestra ciudad no sólo
para “reducir pecadores y convertir muchos moros y judíos”,
sino también para “concordar enemigos” como lo
venía haciendo en su recorrido por el reino de Castilla
convulsionado entonces por turbulencias sociales y
enfrentamientos nobiliarios.Si decimos que la ermita del
Cristo de la Cruz es la construcción más antigua del barrio
segoviano del Mercado afirmamos algo cierto, pero más cierto aún
es afirmar que la ermita del Cristo -principal seña de identidad
del barrio- es un venerable edificio de casi seis siglos de
antigüedad ya que en 2011 celebrará el 6º centenario de su
fundación.
Según refiere el historiador
Colmenares, su origen hay que situarle en el compromiso
adquirido por los segovianos de levantar un templo dedicado a la
Santa Cruz, tras la predicación que hiciera, el 3 de mayo de
1411, San Vicente Ferrer quien llegaba a nuestra ciudad no sólo
para “reducir pecadores y convertir muchos moros y judíos”,
sino también para “concordar enemigos” como lo
venía haciendo en su recorrido por el reino de Castilla
convulsionado entonces por turbulencias sociales y
enfrentamientos nobiliarios.
Es muy probable que la
multitud de segovianos, a que se refiere Colmenares, no se
encontraba en la colina que allí había, coronada por una Cruz de
piedra, para recibir al santo, sino más bien sería que el santo
se encontró con la celebración festiva y popular que ya entonces
tendría lugar allí: la erección del “mayo” en el
punto más alto de un barrio que era de hortelanos y labradores
desde que en el siglo XII se situasen los primeros en torno a la
iglesia de Santo Tomás.
La Cruz de piedra a la que se
encaramó San Vicente Ferrer para predicar al pueblo debía
situarse donde se desgajaba un ramal por Hontoria y Villacastín,
camino de Ávila, desde el camino de salida de la ciudad hacia el
Puerto de la Fuenfría, el cual seguía el trazado de la antigua
calzada romana construida, a su vez, sobre la ancestral ruta de
la trashumancia usada por los pueblos arévacos.
En poco tiempo debió
levantarse un edificio de planta cuadrada, coincidente con el
cuerpo central de los tres que hoy conforman el templo, algo
menos elevado que el actual y del que se conservan los cuatro
arcos apuntados ciegos que decoran sus muros laterales, los
contrafuertes que reforzaban sus cuatro esquinas y los dos arcos
rebajados de ladrillo engullidos en los muros del cuerpo del
templo, que formaban parte de un atrio situado ante su puerta y
que, hacia mediados del siglo XVI, debió sustituir a otro más
modesto con estructura de madera. Aunque su planta era cuadrada
mantenía una orientación típicamente medieval, con el altar
mayor situado al éste, de modo que el sol saliente incidía
directamente sobre su cabecera.
Algunos años más tarde, en
1459, el buen rey Enrique IV concedió a la ciudad el privilegio
de celebrar dos ferias anuales de treinta días de duración cada
una y, para que los ganados que acudían a ellas dispusieran de
suficiente espacio, donó a la ciudad una gran extensión de
terreno que comenzaba junto a la misma ermita: la Dehesa del
Mercado, de modo que la ermita pasó a ser conocida como la
Cruz del Mercado.
Puesto que esa era su
advocación, una sencilla Cruz de madera debía presidir su altar
mayor. A principios del siglo XVI, debió ser cuando se colocó
allí la imagen de nuestro Santo Cristo. Es una talla de madera
policromada cuyo origen se sitúa entre 1490 y 1510. Representa,
a tamaño algo menor que el natural, a Cristo muerto sujeto por
tres clavos, con la cabeza inclinada hacia la derecha, rostro
alargado, sensación que se acrecienta por la barba puntiaguda, y
corona de espinas independiente de la talla. El paño de pureza
que le cubre es de lienzo encolado y policromado que llevaba
adheridos pequeños cristales de colores, hoy perdidos, para
reflejar la luz de las velas.
La restauración llevada a
cabo durante los primeros meses del año 2004 le han devuelto su
esplendor y nos ha permitido volver a contemplarle como nuestros
antepasados de hace quinientos años.
En 1529 se registra la
primera noticia de que la imagen ya se encontraba en la ermita.
Es con motivo del traslado, desde el Castillo de Escalona, en
Toledo, hasta el Monasterio del Parral, del cuerpo de Don Diego
López Pacheco, Marqués de Villena, cuando la comitiva se detuvo
en la ermita con el fin de “rendir reverencia al crucifijo
muy devoto que allí está”.
Entre 1620 y 1640 se
construyó un retablo para dar mayor realce y dignidad a la
imagen del Santo Cristo. De menores dimensiones que el actual,
debía estar formado por un cuerpo central, dividido en tres
calles, y un remate. La calle central la ocupaba la imagen,
sobre un fondo pintado que representaba a la Virgen y San Juan.
Entre las dos calles laterales y el remate se situaban cinco
lienzos pintados con escenas de la Pasión. El que coronaba el
retablo, sobre la imagen del Santo Cristo, representaba a Cristo
con la Cruz a cuestas.
En la segunda mitad del siglo
XVII la ermita adquirió el aspecto que vemos hoy. En primer
lugar el primitivo edificio fue ampliado añadiéndole un cuerpo
delantero que supuso triplicar su superficie de culto.
Entre el 22 de noviembre de
1657 y el 25 de marzo de 1661 se construyó la actual nave del
templo, cubierta por una bóveda de ladrillo de sección carpanel,
casi plana y decorada con motivos geométricos según el gusto de
la época. La portada de cantería, de sobriedad clasicista, se
debe a Francisco Gutiérrez de la Cotera, discípulo de Pedro de
Brizuela, a quien había sucedido en el cargo de Aparejador y
Maestro Mayor en las Casas Reales del Alcázar y que había sido
el arquitecto de la Capilla Mayor de la iglesia del Seminario.
A ambos lados de la nave se
colocaron dos pequeños retablos. El del lado del Evangelio se
concluyó en 1661. Es de un solo cuerpo y alberga una pintura
sobre tabla de la Virgen de la leche y que en opinión del
profesor Collar de Cáceres es una pieza magnífica de arte
flamenco, que puede datarse a principios del siglo XVI. Las
desafortunadas actuaciones que ha sufrido no nos permiten
apreciar la belleza que sin duda posee. El cuadro está enmarcado
con ancha moldura y flanqueado por sendas columnas estriadas. Un
fingido entablamento, con rosetones rojos sobre fondo azul en
las metopas, da paso a la cornisa y sobre ella un frontón
partido coronado por el escudo blasonado del donante entre
pináculos con remate de bolas.
Frontero con él, en la pared
del lado de la Epístola, se colocó en 1666 otro retablo gemelo,
presidido por un lienzo que representa la Misa de San Gregorio y
que muestra un notable deterioro.
Para poner en conexión la
nave del templo con el antiguo edificio se abrió un gran arco en
el muro donde se ubicaba la primitiva entrada. Pero un error en
el cálculo de la resistencia del viejo muro hizo que éste se
derrumbase en 1666, arrastrando tras de sí la techumbre de la
capilla mayor, que bien pudiera tratarse del artesonado mudéjar
que cubriría la primitiva ermita desde su origen. Este derrumbe
afectó al retablo pero no así a la imagen del Cristo que quedó
protegida dentro del camarín que se había construido tres años
antes.
Para dotar de nueva cubierta
a la capilla mayor se encargó al arquitecto que entonces dirigía
las obras de la Catedral y a quien debemos la cúpula que cubre
su crucero, Francisco de Biadero, que proyectase una para
nuestra ermita.
Se trata de una cúpula
encamonada, visible sólo al interior, que obligó al
recrecimiento de los muros para soportar la armadura de madera
del tejado por encima de la cúpula. De gran elegancia y
sobriedad, fue construida de ladrillo con revoco de yeso para
recibir decoración geométrica. Los únicos motivos figurativos
que contiene son los símbolos de la Pasión pintados en sus
pechinas.
Una vez resuelta la cubrición
de la capilla mayor se planteó la necesidad de construir un
nuevo retablo para mayor realce de la imagen del Santo Cristo.
A la convocatoria pública
para determinar el mejor proyecto acudieron varios artistas,
pero solo de dos ha quedado constancia: José Vallejo Vivanco y
José Simón de Churriguera, siendo la traza presentada por éste
último la elegida, aunque el encargado de su construcción fuese
el primero.
José Simón era el padre de
José Benito, que años más tarde realizaría el retablo de la
Capilla del Santísimo Sacramento en la Catedral segoviana, de
Joaquín y de Alberto, conocidos arquitectos. De su obra no se ha
conservado nada más que este retablo, por lo que es la única
obra conocida y conservada cuya traza se debe al iniciador de la
dinastía de los Churriguera.
Sigue el modelo que primaba
en Segovia desde mediados del siglo XVII, cuando se adopta la
tipología madrileña: banco, cuerpo principal y ático
semicircular.
Sobre un zócalo, imitando
jaspe, se sitúa el banco, que presentaba en el centro dos gradas
de modo que la superior ocultaba la base de la cruz del Santo
Cristo, la cual se afianzaba al muro en la base del camarín por
una gruesa viga horizontal.
Zócalo y banco quedan rotos a
ambos lados por la necesidad de situar las puertas de acceso a
la sacristía, cuya altura marca el inicio del cuerpo del
retablo. Éste se divide en tres calles por ocho columnas
salomónicas exentas, agrupadas de modo impar (1-3-3-1),
recubiertas profusamente por el símbolo eucarístico de la vid y
sustentadas sobre ménsulas bellamente decoradas. La cornisa que
marca el arranque de la cúpula marca también la altura del
entablamento, por lo que se optó por quebrarle tanto en las
calles laterales como en la central, donde desaparece al
elevarse el camarín con un remate semicircular que ocupa parte
del ático, solución que demuestra la sabiduría del maestro
Churriguera, ya que permite disimular la escasa altura del
cuerpo del retablo, evitando con ello el aspecto achaparrado que
hubiera podido tener, pues prácticamente su anchura duplica su
altura; en cambio, impide la utilización iconográfica del ático
o remate, cuyos huecos se rellenan de colorista decoración.
En la restauración llevada a
cabo por la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y
León, durante los últimos meses de 2007, se puso al descubierto
una leyenda, sobre una tarjeta a modo de corazón en la parte
superior del camarín, que puede corresponder al texto latino “TRISTIS
ETIAM ANIMA MEA USQUE AD MORTEM MANET”, y que podríamos
traducir como “TAMBIEN MI ALMA PERMANECE TRISTE HASTA LA
MUERTE”.
Sobre la cornisa que remata
el entablamento, ante las pilastras del ático y coincidiendo con
las columnas, se sitúan seis tallas de ángeles, los dos
laterales sentados y los cuatro centrales de pie, que en sus
orígenes portaban símbolos de la Pasión, hoy desaparecidos
excepto la escalera que se encontró durante la restauración. La
parte sobreelevada del camarín presenta decoración más tosca en
yeso a base de angelotes.
Los oros y la policromía se
reparten la superficie casi por igual. El dorado ocupa,
principalmente, las partes planas, en cambio en las talladas la
alternancia del mismo con la policromía ofrece una gran riqueza
de matices, que la suciedad acumulada durante siglos no nos
permitía disfrutar, al igual que la magnífica y fina labor de
sus estofados. Todo ello se ha puesto al descubierto con la
labor de restauración mencionada.
En las calles laterales se
colocaron sendos lienzos representando dos escenas de la Pasión:
la Coronación de espinas, el del lado del Evangelio, y
recibiendo los azotes atado a la columna, el de la Epístola.
Ambos son anteriores al retablo, pues en ellos figura la fecha
de 1632, muy probablemente pertenecieran al retablo anterior y
se habrían salvado de los daños que ocasionó el derrumbamiento
de la techumbre.
Churriguera trazó el retablo
entre 1673 y 1675 y José Vallejo Vivanco, poseedor entonces del
mejor taller de retablos de la ciudad, le construyó entre 1676 y
1679, aunque algunos pagos se dilataron hasta 1688. El coste
total del mismo fue de 10.786 reales.
El tornavoz del púlpito se
colocó en 1717. Es una pieza octogonal barroca formada por tres
cuerpos que le dan una notable prestancia. En los dos primeros
alternan cabezas de ángeles rodeadas de relieves policromados.
Otro ángel, de cuerpo entero, corona el conjunto. Una paloma,
bajo un disco ricamente labrado, planea sobre la cabeza del
predicador.
Entre 1720 y 1725 se
construyó la actual cubierta barroca de la Sacristía. Se dio
mayor altura a la estancia al situar la cornisa al nivel del
arco de la ventana del camarín, cubriéndose la pieza por una
magnífica bóveda de arista decorada con molduración de yeso y
piezas de madera tallada y sobredorada en clave, bóvedas, muros
y cornisa.
Siempre llama la atención del
visitante el notable tamaño y empaque de la Sacristía. Ello es
debido a que, desde principios del siglo XVIII y durante
doscientos años, ésta era el lugar de reunión de los hermanos de
la Esclavitud del Santo Cristo de la Cruz, quienes estaban
obligados a juntarse allí todos los domingos del año “para
tratar una hora de las cosas convenientes a la Santa Esclavitud,
rezar el Rosario y Letanía y encomendar a Dios a los esclavos
difuntos”. Durante el siglo XVIII las reuniones se
celebraban a las dos de la tarde, pero en el XIX pasaron a tener
lugar a las ocho de la mañana en verano y a las nueve en
invierno. A ellas debían asistir cubiertos con la capa.
En la Sacristía existen
varias piezas interesantes. Las dos cajoneras son del siglo XVII,
la más pequeña algo más antigua. La grande ostenta la fecha de
1680 y procede del antiguo Convento de Frailes Trinitarios, que
muchos han conocido como Hospital Militar y hoy alberga la
Dirección Provincial de Educación. También procede de allí una
pila de alabastro a la que se dotó de desagüe para ser usada
como lavabo y que debió ser pila de agua bendita en la iglesia
conventual. Ambas piezas fueron traídas en 1853, al igual que la
cruz de granito que se alza sobre la tapia posterior de la
ermita y que se situaba delante de la entrada de la iglesia,
hacia el centro de la plazuela en que se ensancha la calle de
José Zorrilla.
En las paredes cuelgan la
copia de la Bula perpetua concedida a la Esclavitud por el papa
Benedicto XIII en 1724 y un lienzo con la imagen de Santo Tomás
de Aquino, perteneciente a la Orden de Predicadores como San
Vicente Ferrer, en el momento de ocurrir el milagro que narran
sus biógrafos: el Crucifijo que tenía sobre su mesa de trabajo
le habló reconociendo el valor de sus escritos: “Bien
escribiste de mí, Tomás”, le dijo, y así lo representó
un artista anónimo del siglo XVII en una filacteria, aunque con
el texto en latín.
|
Bastantes más aspectos de la
dilatada historia de nuestra entrañable ermita se nos han
quedado necesariamente en el tintero. El hecho de haber sido uno
de los dos ejes -el otro era el Santuario de la Virgen de la
Fuencisla- en torno a los que ha girado la religiosidad de los
segovianos, da para mucho.
No obstante, quizá el mejor
consejo que se puede dar a quien se acerca hasta la ermita es
que se deje impregnar de su sencillez, de su calidez entrañable,
que contemple la belleza de la imagen de su Santo Cristo y que
piense que ante él se han postrado generaciones de antepasados
nuestros desde hace nada menos que cinco siglos.
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DORADO Y ESTOFADO DEL
RETABLO MAYOR DE LA ERMITA DEL CRISTO DE LA CRUZ, EN
SEGOVIA
Para un investigador siempre resulta
gratificante encontrar nuevos documentos referentes
a sus estudios, y más aun si aportan nuevos datos
que arrojan luz sobre zonas de esos estudios que
quedaron en penumbra cuando fueron publicados.
La ermita del Cristo del Mercado de
Segovia fue declarada Bien de Interés Cultural, con
categoría de Monumento, por Decreto 15/1997, de 30
de enero, de la Junta de Castilla y León (1), en
cuyo artículo 3º señala que: “Se incluye en la
presente declaración de B.I.C. el retablo Mayor,
como parte integrante”.
Contrato para dorar y estofar el retablo.
|
Durante
mis investigaciones de los años 1992-1996, en el Archivo Histórico
Provincial de Segovia revisé numerosos protocolos notariales
correspondientes a la década de 1670 en busca del contrato por el
que José Vallejo Vivanco se obligaba a realizar el retablo, pero la
búsqueda resultó infructuosa. Al carecer del contrato y no haber
noticia alguna acerca de la intervención de más artistas en el
retablo, admití que el taller de Vallejo pudiera haber realizado
toda la obra: tallado, ensamblado, dorado y estofado.
Con motivo de
otra investigación en curso, consultando hace pocos meses protocolos
notariales en el Archivo Histórico Provincial de Segovia, me
sorprendí al hallar el contrato para “dorar y estofar el retablo
que está en la ermita del Santo Cristo de la Cruz”, entonces
anejo a la parroquia de Santo Tomás, de Segovia (2).
Debo señalar
que una de las características que presenta su dorado y estofado es
que ambas labores se reparten la superficie casi al 50%. El dorado
ocupa, principalmente, las partes planas, en las talladas, en
cambio, la alternancia de dorado y estofado ofrece una gran riqueza
de matices, que la suciedad acumulada durante siglos ocultaba, al
igual que la magnífica y fina labor de su estofado. Todo ello se
puso al descubierto con la mencionada restauración de 2007.
El contrato
se redactó “en la ciudad de Segovia a diez y nueve días del mes
de abril del año de mil seiscientos y ochenta y siete” y se
estableció entre “don Antonio Martínez, cura propio de la iglesia
parroquial de Sto. Thomé desta dicha ciudad, Andrés Callejo, Manuel
Cabrero y Manuel García del Águila, diputados de dicha iglesia”,
y “Manuel Martínez de Canencia, maestro dorador y estofador,
vecino desta dicha ciudad, […] y Don Gaspar de Quirós Valdés,
vecino della, como su fiador” (3).
Dicho
documento nos permite conocer con más detalle la ejecución del
retablo y completar algunas lagunas que habían quedado pendientes en
mi primera investigación.
En primer
lugar, el retablo no pudo estar concluido y montado hacia 1679, como
supuse, ya que entonces se habían hecho los pagos mayores, pues en
el contrato se afirma que “se ha de dorar y aparejar el dicho
retablo desarmado”. Teniendo en cuenta la fecha del mismo -19 de
abril de 1687- y el plazo de ejecución que se fija en tres meses
desde dicha fecha, debemos pensar que hasta mediados de 1687 no se
acabase de dorar, no pudiendo quedar ensamblado, pues, hasta fines
de ese año.
La
segunda de las condiciones del contrato menciona “que los ocho
ángeles que se han de hacer sean de encarnar y las cabezas se han de
poner lo que gustaren los dichos cura y diputados”, es decir que
se proyectaron ocho figuras de ángeles cuya ubicación se pensaba
hacer coincidir con las ocho columnas salomónicas del cuerpo del
retablo; que los seis existentes sobre la cornisa no se deben a José
Vallejo sino a Manuel Martínez quien también ejecutó las cuatro
peanas de los ángeles centrales; que iniciado el trabajo, “los
dichos cura y diputados” pudieron tomar la decisión de que los
ángeles fueran portadores de los símbolos de la Pasión y,
probablemente ajustando costes, reducir de ocho a seis los
previstos.
También
aparece como condición “que el respaldo de el Santo Cristo se ha
de pintar la ciudad de Jurasalen (sic), el sol y luna
eclipsados”, lo que nos descubre época y autor del lienzo
pintado con esos motivos que colgaba, a modo de cortina, en la
sacristía, cerrando por detrás el camarín, y que aun permanecía allí
durante los años de cierre del templo, lo que supuso su tremendo
deterioro y su eliminación durante las obras de restauración entre
1991 y 1997. Del mismo solo nos queda alguna memoria fotográfica
anterior al cierre de la ermita.
El contrato
establece que el coste final de dorar y estofar sea de ocho mil
reales de vellón, en los que se incluye mano de obra y materiales, y
pone de manifiesto que el dorado y estofado no se pagó a cargo de
los caudales de la ermita sino que fue sufragado por la
parroquia.Este nuevo dato obliga a rectificar el coste final que
tuvo el retablo, que sería de 17.438 reales (4).
Esta es la
segunda intervención del dorador Manuel Martínez de Canencia de que
tenemos noticia, aunque venga a ser la primera en el tiempo, pues de
él solo se conocía el dorado del retablo mayor de la iglesia
parroquial de Madrona, dedicada a Nuestra Señora de la Cerca, donde
maestros y oficiales dirigidos por él concluyeron dicho retablo en
1691, iniciado por Eugenio de la Cruz, maestro ensamblador, en 1686,
que era sin duda seguidor de José Vallejo Vivanco, pues en esta obra
sigue fielmente el modelo que Vallejo proyectase para la Capilla
Mayor del Colegio de la Compañía, que no llegó a realizar (5).
Manuel
Martínez, pues, tenía a sus órdenes cuadrilla importante, como vemos
en susdos actuaciones, pero también poseía una maestría que se
comprueba en la gran calidad de su trabajo en este retablo, como
indiqué más arriba. No disponemos de más datos suyos, solo que era
vecino de la ciudad, aunque su nombre nos indica que su familia
descendía de la villa de Canencia, en el entonces segoviano Sexmo de
Lozoya.
Anexo documental
“En la
ciudad de Segovia a diez y nueve días del mes de abril del año de
mil seiscientos y ochenta y siete, ante mí el escribano y testigos
parecieron el licenciado don Antonio Martínez, cura propio de la
iglesia parroquial de Sto Thomé desta dicha ciudad, Andrés Callejo,
Manuel Cabrero y Manuel García del Águila, diputados de dicha
iglesia, todos juntos y juntamente de mancomún a voz de uno y cada
uno de los susodichos sus bienes ponen y por el todo insolidum
renunciando como renuncian las leyes de la mancomunidad y como en
ellas se contiene, de la una parte, y de la otra, Manuel Martínez de
Canencia, maestro dorador y estofador, vecino desta ciudad, como
principal deudor, cumplidor y obligado y Don Gaspar de Quirós
Valdés, vecino della, como su fiador y llanocumplidor, haciendo como
hace de deudas y fecho ajeno suyo propio sin que contra el dicho
principal ni sus bienes sea necesario hacer exclusión ni de bienes
ni otra diligencia alguna, aunque dicho requiera, y dijeron que los
dichos cura y diputados per si y en nombre de los demás feligreses
de dicha parroquia hicieron ajuste y contrato con el dicho Manuel
Martínez de Canencia de que por sí y sus oficiales había de dorar y
estofar el retablo que está en la ermita del Santo Cristo de la
Cruz, anejo a dicha parroquia, con las condiciones y trazas
siguientes
Lo primero
que se ha de dorar y aparejar el dicho retablo desarmado y con
condición que se le ha de dar cinco manos de bol.
Y con
condición que ha de ir dorado todos los campos de lisos, la talla
después de dorarla se ha de colorear conforme el arte de diferentes
colores, las columnas han de ir los campos de oro limpio, los
capiteles de diferentes colores, los vástagos y ramos imitados del
natural que después de estofados las hojas y vástagos se han de
sacar de grafeo, del mismo género se ha de sacar de grafeo la demás
talla, en los vaciados que tuviere se han de estofar de punta de
pincel pasando el vaciado de cuatro a dos y al que no los tuviere se
ha de ir repasando en campo azul o encarnado, lo que más conviniere.
Iten con
condición que los ocho ángeles que se han de hacer sean de encarnar
y las cabezas se ha de poner lo que gustaren los dichos cura y
diputados. Las gradas se han de dorar, estofar y sacar de grafeo.
Con
condición de que el respaldo de el Santo Cristo se ha de pintar la
ciudad de Jurasalen, el sol y luna eclipsados y, si después de
acabado faltare alguna pieza más de dorar o estofar en el dicho
retablo, lo ha de hacer el dicho Manuel de Canencia según lo obrado
de dicho retablo sin que por razón dello se le haya de dar otra cosa
alguna.
Y por
haber tenido efecto la dicha contrata con las condiciones referidas,
se obligan los dichos cura y diputados de que poniéndose en
percepción la dicha obra ejecutándola como va referido que ha de ser
para hoy día de la fecha en tres meses sin dejarla de proseguir en
ella y por razón de todo ello se le ha de dar, así de manos como de
materiales de pinturas y oro, ocho mil reales de vellón y no otra
cosa, por cuenta de los cuales se le han pagado del dicho Manuel de
Canencia diferentes cantidades de maravedís por los dichos cura y
diputados, que las que son constan por los recibos que el susodicho
tiene dados.
Y así
mismo por cuenta de los dichos ocho mil reales se le han de dar tres
mil reales en el discurso de dichos tres meses que hará de acabarse
la dicha obra, en oro batido para ella, en cuya cantidad se incluyen
mil y cincuenta reales de siete mil panes de oro que se han
comprado, lo que tiene dado recibo el dicho Manuel de Canencia.
Y se le ha
de ir socorriendo de dicha cantidad con cincuenta reales cada semana
para que se pueda sustentar hasta que la fenezca y acabe y al cabo
de ello alcanzare en alguna cantidad se le de pagar luego como
exceda de mil reales por quienes no se han de pagar, si no es dentro
de cuatro meses de cómo se fenezca y acabe y ponga en percepción y
no de otra manera, porque así está pactado y pagarán las dichas
cantidades a los dichos plazos según y cómo va referido llanamente y
con pena del pleito y costas.
Y
los dichos Manuel de Canencia y Don Gaspar de Quirós se obligan de
que con las condiciones y calidades contenidas y mencionadas en esta
escritura las guardará y observará ejecutando sus materiales que
correspondieren a la dicha traza, sin fraude alguno y que sean de la
bondad y calidad que se requieren y la empezará desde hoy día de la
fecha, prosiguiéndola sin la dejar de trabajar y en toda percepción
se fenecerá, como dicho es, dentro de tres meses y se le han de dar,
como va referido, los dichos ocho mil reales de manos y materiales y
no otra cosa y dio que ansí constare por dichos recibos o cartas de
pago tiene recibido el dicho Manuel de Canencia desde luego los
aprueba y los da por buenos y renuncia su entrega y consiente el que
dellos se le habían de dar tres mil reales en oro batido para dicho
efecto de lo que para cuando el caso llegue se da por contento y
como si lo hubiera recibido y en cada una de las semanas que durare
dicha obra se le hayan de dar los dichos cincuenta reales para su
socorro, que la demasía que fuere de mil reales se la ha de pagar al
tiempo que se acabe y los dichos mil reales que se le restaren para
desde dicho día en cuatro meses.
Y no lo
haciendo y cumpliendo dicho maestro según va motivado puedan buscar
los dichos cura y diputados otra tal maestro que lo cumpla y
ejecute, aunque sea por más cantidad de la que así va pactada por la
cual y dinero recibirá se ejecute a dicho principal y fiador que la
liquidación dello difieren ambos en la declaración de quien lo haya
de haber como decisorio en juicio.
Y con
condición de que aunque el dicho Manuel de Canencia hizo el dicho
ajuste y contrato y empiece dicha obra ante que Su Majestad que Dios
Guarde mandase promulgar suprema justicia de asentar cada doblón de
oro de a dos escudos no haya de tener ni tenga borrazón dello y
compra de materiales ningún derecho que pedir ni de mandar a los
dichos cura y diputados y en caso que algún derecho tenga o pueda
tener, lo remite graciosamente con que se le haya de pagar los
dichos ocho mil reales y no otra cosa, a cuyo cumplimiento ambas
partes por lo que a cada uno toca, se obligan los dichos cura y
diputados con los bienes propios y rentas de la dicha ermita y su
fábrica, espirituales y temporales, habidos y por haber, dan poder a
las justicias y jueces de su fuero y jurisdicción que cada uno le
toque y pertenezca para que a ella les compelen como por sentencia
pasada en cosa juzgada a el cumplimiento de lo que dicho es
renunciaren las leyes y derechos de su favor y la general en forma y
el dicho licenciado don Antonio Martínez a ca putulo obduardus suan
de penis desoluberonibus y así lo dijeron y otorgaron y firmaron, a
quienes yo, el dicho escribano, doy fe que conozco, siendo testigos
Miguel del Canto, Procurador de el número desta dicha ciudad, Juan
Osorio de Ocaña y Martín Antonio Díaz Acuñas y del Hierro, vecinos y
estantes en dicha ciudad y los otorgantes a quien yo, el dicho
escribano, doy fe que conozco, lo firmaron.
Licenciado
Antonio Martínez, rubricado.
Manuel
Cabrero, rubricado.
Andrés
Callejo, rubricado.
Manuel
García del Águila, rubricado.
Manuel
Martínez de Canencia, rubricado.
Gaspar de
Quirós Valdés, rubricado.”
NOTAS
1.-
Decreto 15/1997, de 30 de enero (BOCyL de 04/02/1997), firmado por
D. Juan José Lucas Jiménez, como Presidente de la Junta, siendo
Consejera de Educación y Cultura, Dª Josefa Eugenia Fernández Arufe.
En
él se cita que la Dirección General de Bellas Artes, Archivos y
Bibliotecas, por Resolución de 26 de octubre de 1982 (BOE
07/12/1982), incoó expediente de declaración como Monumento
Histórico-Artístico a favor de la ermita.
2.-
Archivo Histórico Provincial de Segovia. Protocolos notariales.
Protocolo nº 1937, de Juan Gil de Villadas. Folio 361 y siguientes.
3.- Don
Gaspar de Quirós Valdés, que figura como fiador de Manuel Martínez
de Canencia, podía ser hermano de Isidro de Quirós Valdés que
aparece también como fiador de José Vallejo Vivanco en el contrato
para ejecutar el retablo mayor del Colegio de la Compañía, firmado a
tres de enero de 1678 ante Mateo López, Protocolo núm. 1790, fols.
719-723. Archivo Histórico Provincial de Segovia.
4.- Dicha
cantidad resulta de sumar los ocho mil reales que señala el presente
contrato, a los 10.786 reales computados en la primera
investigación, minorando los 1.348 reales aportados por los caudales
de la ermita “para ayuda a dorar el retablo”, que no menciona
su destinatario por ser anotación en las cuentas de la ermita,
mientras el contrato con Manuel Martínez fue suscrito por la
parroquia de Santo Tomás.
5.-
González Alarcón1999: 149-151. |
BIBLIOGRAFÍA
COLMENARES, D. DE (1637): Historia de la insigne
ciudad de Segovia y compendio de las Historias de
Castilla, Segovia.
GONZÁLEZ ALARCÓN, Mª T. (1999): Retablos Barrocos en
el Arcedianato de Segovia, Segovia.
HERRERAS DÍEZ, A. (1996): “La ermita del Santo Cristo
de la Cruz en el barrio del Mercado”, Segovia.
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Quizá te haya
sorprendido la pequeña imagen del Crucificado que
colocamos sobre el altar para presidir las
celebraciones en los momentos litúrgicos más
relevantes del año: se denomina Cruz de Altar o
Sobrealtar y posee una interesante historia.
Es una talla
renacentista policromada de mediados del s.XVI, con
cruz y peana de nogal, que estaba en la ermita a un
lado del altar mayor que había entonces, sobre una
mesa junto a la pared de la que colgaba un velo de
red de hilo y era conocido como “Cristo pequeño”.
Los viernes de Cuaresma se adelantaba para la
adoración y a su lado se ponía “un plato de açófar”
donde dejar las limosnas, del que hablaremos otro
día.
A principios del
s.XVII la imagen del Cristo del Mercado se comenzó a
vestir con sus tradicionales faldillas y, por
analogía, ésta se vestía también: sabemos que
disponía de seis pequeñas “camisas” -así se decían-,
hechas con telas nobles y adornadas con puntillas o
galón de plata. Sus colores eran diversos:
encarnado, blanco, morado, tornasolado… y se
cambiaban según los tiempos litúrgicos.
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Cuando se restauró en
2008 apareció el anagrama de la Esclavitud (s-clavo),
pintado en el s.XVIII en cada extremo del brazo
horizontal.La última mesa sobre la que se ponía para la
adoración de los fieles, en el s.XIX, se conserva en la
ermita y la distingue su superficie inclinada. Sobre una
almohada se colocaba la cruz sin su peana… ¡Cuántas
plegarias de tantas generaciones habrá recibido esta
bonita imagen!
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