AÑO DE LA FE - Testimonios de FE, Testimonios de VIDA.

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TESTIMONIOS DE VIDA...SACERDOTAL

El editorial de este mes coincide con el testimonio. Estamos en vísperas de la fiesta de S. José, patrono de los seminarios. Por desgracia en este momento no tenemos seminaristas mayores en Segovia, pero como todo sacerdote empezó como seminarista, me toca abrir el corazón. Aunque Dios ya nos tiene en su mente desde el principio, uno no nace siendo cura. Eso sí, tuve la suerte de tener una familia donde la fe no era extraña y donde, como el pequeño de siete hermanos, se crece con espíritu comunitario. Y mis primeras inquietudes, ya confirmado, fue buscar un grupo donde vivir la fe en comunidad, y allí, a la luz de la Palabra de Dios, fue resonando en mí la llamada al sacerdocio. Escuchar el Evangelio era removerme interiormente: ¿qué quiere Dios de mí? La respuesta fue tomando cuerpo, aunque faltada tomar la decisión y dar el primer paso: entrar en el Seminario. Ya para entonces había comenzado estudios universitarios y el empujón definitivo fue la jornada mundial de la juventud de Santiago. A partir de ahí comencé una nueva etapa, la del seminario, que es como el periodo de noviazgo, en el que uno va descubriendo qué supone esa vocación y si realmente es de Dios. Fueron 7 años que me ayudaron a profundizar en la relación personal con Dios en la oración, a desarrollar la dimensión intelectual con el estudio de la teología, a ir madurando también humanamente y a tener unas primeras experiencias pastorales. Siete años en los que no faltaron dudas e inquietudes, pero en los que corroborar la fidelidad de Dios.

Y el final de esa etapa fue el comienzo de mi sacerdocio, ya hace 16 años, por los pueblos de la zona de Pedraza. En el contacto con la gente sin perder el contacto con Dios uno descubre qué supone realmente ser cura, llevar una parroquia, ser cauce para la gracia de Dios. De ahí a Roma, para profundizar estudios, y de vuelta a Bernardos y desde 2008 en nuestra UPa. Y seguimos creciendo, porque ser cura, como ser cristiano, no es algo ya terminado, sino en continuo progreso. Con momentos también de crisis, en los que uno experimenta que  este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, pero que la fidelidad de Dios es más grande que nuestras miserias. Y dispuesto a seguir viviendo mi sacerdocio, con las tres fidelidades: a Dios, a la Iglesia y a los hombres, a cuyos pies me tengo que poner el Jueves Santo y todos los días.

Raúl Anaya

 


TESTIMONIO DE VIDA CONSAGRADA

Soy Juana García, Jesuitina. Soy de un pueblo de Salamanca, del Tejado. Lo primero que quiero deciros es que aunque ya peino canas, sigo entusiasmada, con el regalo que Dios me hizo; con mi vocación religiosa,

Todo empezó en Madrid. Lo tenía todo: 18 años, una familia que me quería, y, que a través de este cariño me llevó a ir conociendo a Dios. Tenía un buen trabajo y una pandilla de amigos que nos poníamos el mundo por montera.

 Esto era mi centro y me felicidad… ¿Qué más podía desear? Yo también como los apóstoles, andaba un poco despistada…

 Pero, al comenzar a perseguir la felicidad, me di cuenta de que, cuando regresaba a casa, después de pasear, ver cosas por Madrid, salir del cine o tomarnos una cañita en pandilla… a pesar de lo bien que lo había pasado, siempre quedaba en mi corazón un rinconcito, al que la felicidad no había llegado.

 En cambio, cuando una vez por semana, cambiábamos  nuestra “juerga” por un servicio a los demás y nos acercábamos a las orillas del Manzanares; al barrio de la China, a charlar y estar con las mujeres prostituidas, enseñándolas a leer y a escribir, o simplemente a escucharlas y limpiar de piojos las cabezas de sus hijos…la vuelta a casa era más cantarina por dentro…lo más hondo de mi corazón estaba pleno de felicidad.

 Por otro lado, veía a las Hijas de Jesús de mi zona, muy alegres y comencé con ellas un trabajo social en el barrio de Usera. Allí, en este barrio de Madrid, teníamos un dispensario donde las personas iban a ponerse inyecciones gratuitamente, porque no había Seguridad  Social.

Pues bien; a los  enfermos que  no podían acudir al dispensario por algún motivo, yo me acercaba a sus casas; les atendía, animaba, escuchaba…poco a poco  se me fueron abriendo otros horizontes.

 Al mismo tiempo nos reuníamos las Congregantes Marianas a escuchar y compartir entre nosotras la vida de Jesús.

Comencé a ver, que aunque mi corazón se inclinaba hacia las personas más débiles; mi seguimiento era a Jesús de Nazaret,  que fue un hombre para todos. Mi querer fue y es hoy pasar por la vida, como Él, haciendo el bien.

 Y así fue como sin darme cuenta, me  fui  enamorando de Jesús, hasta preguntarle: “Maestro ¿donde vives?”. Y escuché la respuesta: “Ven y verás”. Y me marché al noviciado de Salamanca.

 La “pandilla” de la que formaba parte siguió esperando mi vuelta…pero…no hubo vuelta y aquí estoy. El ocho de diciembre celebraré, si Dios quiere, mis bodas de oro.

 ¿Qué destaco como constantes en esta trayectoria?

 ·         Disponibilidad para ir a cualquier parte del mundo donde haya más necesidad de hacer Reino. No sabría decir en qué sitio he sido más feliz (lo que no quiere decir que haya sido una vida carente de dificultades, pero sí una vida que ha merecido la pena vivirla y que si mil veces naciera, otras tantas volvería a hacer lo mismo)

 Llevo en Segovia año y medio, y ahora que las actividades del  colegio han cesado, estoy con un grupo de diecinueve hermanas, dedicándonos, muchas de nosotras al voluntariado Social en la ciudad.

Desde las Parroquias,  Cáritas Parroquiales y Diocesanas, colaborando con otras Congregaciones religiosas en acogida y  clases a emigrantes, cárcel, ASIRI, Hermanos de la Cruz Blanca, Hermanitas de los pobres, Franciscanas Misioneras. La FRATER…

En las Parroquias de nuestra UPA, colaboramos en la Misión, la catequesis, el despacho parroquial, vida ascendente, Consejo parroquial… (Según las fuerzas y el tiempo disponible de cada una)

Recuerdo con  cariño mis primeros pasos en este campo: (S. Ignacio habla de la “contemplación en la acción” y a un jesuita le escuché esta frase: “contemplación en las relaciones”.

 Yo creo que de joven comencé por esto último que me llevó a encontrarme con el gran entregado al bien de la humanidad, con Jesús de Nazaret, el que me ayuda a poner en práctica lo que S. Pedro nos dice en su segunda carta. “Hermanos, poned cada vez más ahínco en ir ratificando vuestro llamamiento”. Aunque, yo experimento, que todo es don, que todo es gracia

Para terminar voy a leeros unas frases de una canción con la que me identifico totalmente a nivel de la  Congregación de Hijas de Jesús, de nuestra misión en la Iglesia, y de la tarea que en esta época me ha tocado desarrollar.          

  Dice así estribillo de la canción:

Y AÚN SEGUIMOS EN TU CAMINO
DIOS HECHO HOMBRE, MAESTRO Y GUIA
Y AÚN VIVIMOS TAN CONVENCIDAS
QUE SOLO EL REINO ES NUESTRA
UTOPIA
Y AÚN SEGUIMOS ENAMORADAS
DE TU PERSONA Y DE TU PROYECTO
Y AÚN REIMOS Y AUN CANTAMOS
TAN OBSTINADAS DE UN MUNDO NUEVO.

 


MI FE BASADA  EN LA UNIDAD

He pensado hablaros de mi fe y el proceso que he seguido en el transcurso de mi vida.

Nací en una familia cristiana, en un pueblo pequeño que al igual que en otros tantos de nuestra Castilla y Segovia cuando sonaba las campanas acudíamos a todos los actos religiosos, eso era lo normal. Siendo  jovencita nos vino al pueblo un sacerdote que anteriormente estuvo en misión en Latino América. Dicho sacerdote comenzó a formar grupos para profundizar en la fe; por supuesto nos presentaba como una opción de vivir la fe y entrega al señor la vida religiosa, lo que se decía vulgarmente ser monja Yo creo que lo presentaba con atractivo, o al menos a mí me tocó el corazón. Yo no lo tenía fácil para llevarlo a cabo: hija única, la mayor con tres hermanos más pequeños y mi madre delicada de salud. Hablé de mi sentimiento con algunas personas entre ellas con algún sacerdote. Veían mi vocación clara, pero poco menos que irrealizable debido a las circunstancias. ¿Qué hacer? Orar, buscar… y encontré. Me informaron de la existencia de los Institutos seculares, una forma nueva de consagrarse al Señor con los tres votos, por supuesto, pero con la novedad de vivir en el mundo, por lo que se podía atender a los padres en caso de enfermedad u otra necesidad.

Con esta perspectiva ingresé en las Misioneras de la Unidad, Institución recién fundada y que tenía esta peculiaridad. He vivido casi 30 años en comunidad, hasta que mis padres fueron mayores y muy enfermos y pedí permiso para venir a cuidarles y al mismo tiempo trabajaba aquí en Segovia como profesora de Religión.

Diría yo que esta es la trayectoria de mi vida que se vería a simple vista.

Cómo fui madurando en la fe dentro de mi consagración como Misionera de la Unidad? Lo que voy a contaros es lo que intento vivir, otra cosa es lo que soy o vivo, pues tengo muchos fallos y no logro ser lo que quiero. Haciendo mía la frase de S. Pablo “hago lo que no quiero y quiero lo que por debilidad no alcanzo a ser”.

Siendo muy joven y estando en periodo de formación, asistí a unas jornadas de Ecumenismo, (eran para Delegados Diocesanos). Nuestro fundador nos habló en una meditación  del IDEAL DE LA UNIDAD; - puedo decir que esta meditación marcó mi espiritualidad, mi vida de fe- decía así:” a la unidad se va por la santidad y a la santidad por la unidad”.

Esa Unidad es el carisma que centra mi vida, y que vivo en las siguientes dimensiones:

Debo estar unida a Dios por medio de la oración y la escucha de su Palabra; poniendo la atención en la Unidad que existe entre las tres divinas personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, como comunidad de amor.

Debo vivir en mi condición humana una unidad entre lo físico y lo espiritual, de forma que haya un equilibrio entre ambas.

Esa unidad debe ser para mí un sentirme unida a todos los demás: ”en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros como yo os he amado” ( Jn 13,35). Esta unidad ha de ser extensible a todos los creyentes en Cristo ya sean Anglicanos, Ortodoxos o de la iglesias de la Reforma.

Esta unidad debe conducir también a sentir la armonía de la creación y el canto que ésta dirige al creador. Para mí en este sentido son ejemplo S. Francisco de Asís y S. Juan de la Cruz.

Para mí, la comunión con Dios no es algo intimista y particular, sino que me une a todos los creyentes en lo que llamamos la comunión de los santos, y cuya manifestación visible la tenemos en la Iglesia.

Después de este esbozo de mi manera de vivir la fe, querría deciros que en mi etapa de ya jubilada mi aspiración es el ser más contemplativa en la oración para profundizaren mi vocación de Unidad y llegar a hacer la voluntad del Señor. Quiero también emplear mi tiempo en la ayuda a los que más lo necesitan.

Termino con la oración que me brota desde mi interior desde hace tanto tiempo: Salmo 62. “Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos…”

 

Mª Jesús, Misionera de la Unidad


La fe supone la base de mi existencia: mi vida no sería posible sin la fe. Me lleva a creer en mi Creador, me une al Padre a través de Jesucristo, transito por la vida a través de Jesús-Camino.
La fe me identifica. Mis posibles buenas obras podían serlo también si careciera de fe: simplemente por respeto, incluso por amor, a los demás hombres. Pero no es así, mis posibles buenas obras lo son porque creo que Cristo nos ha hecho a todos hermanos y mis malas obras, pues, irían contra ellos, mis hermanos.
La fe es el fundamento de mi alegría: si creo que Dios me ama y me redime por su Hijo, …si creo que mis familiares ya desaparecidos son dueños de una vida eterna que yo podré compartir, …y todo esto por la Gracia de Dios, …¿cómo puedo estar triste?

Alberto



La vida es una acumulación de experiencias, alguna las decides personalmente pero hay otras que son fruto de la casualidad, o quizá de ALGUIEN QUE LAS MUEVE Y SABE EXACTAMENTE LO QUE HACE.
Fruto de una de ellas, el destino me llevó a colaborar en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en España en el verano del año 2011, tuve la suerte de convivir con jóvenes seguros y responsables en el ejercicio de su Fe. Algo que “toco” de alguna forma mi “corazoncito”.
Desde hacía algún tiempo sentía la necesidad de implicarme en la construcción de una nueva realidad pero no sabía cómo. Personal y profesionalmente siempre he creído que la vida nos regala mucho y me pareció una buena forma de devolver lo recibido colaborando en la Unidad Pastoral a la que pertenezco, Cristo del Mercado, Santa Teresa y Hontoria, bien en catequesis, preparando alguna misa o en lo que fuera saliendo.
Ha pasado más de un año, Misión, Asambleas Familiares, Celebraciones…, he aprendido mucho y de todos los que allí están.
Después de haber pasado a formar parte de esta gran familia de colaboradores con sus sacerdotes al frente, Raúl, Antonio, Domiciano, Juan Pedro y Felix, viendo su esfuerzo y dedicación, me doy cuenta de la felicidad que sentimos y la paz que llevamos y que nos gustaría trasmitir.
Y sobre todo, añadir, algo muy importante para mí, que a veces dejamos olvidado y de la que estoy completamente segura. Nos ayuda a luchar y ascender poco a poco los peldaños de escalera, que esperamos, o por lo menos deseamos, nos conducen a ESTAR SIEMPRE CON NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.

 
 

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