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Con el cuerpo desnudo,
ensangrentado,
el piadoso pudor de almas sencillas,
te vistió, de morado, unas faldillas
distintivo del Cristo del Mercado.
Te he vuelto a ver desnudo, restaurado,
y extasiado exclamé, ¡qué maravilla!
tu paño de pureza, ¡cómo brilla!
con la luz y el color policromado.
Estás entronizado en nuestra ermita,
en tu cruz, como el trono verdadero,
donde reinas oyendo nuestras cuitas,
porque tú eres el rey del mundo entero,
en un reino de paz y de justicia,
de perdón y de amor y de consuelo.
Porque eres nuestro rey y nuestro hermano,
queremos ofrecerte un trono nuevo,
un trono que nos haga más cercanos,
uniendo nuestra tierra con tu cielo.
Domiciano Monjas - Abril 2012
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